En la mira

La ley del más fuerte

 

Todos los gobiernos tienen la obligación constitucional de combatir a la delincuencia, sin detenerse a reconsiderar por el tipo de delito o el tamaño del mismo.

Igual deben perseguir al ladrón, al estafador, al asesino y al narcotraficante sin importarles la calidad y/o la cantidad de las armas con que cuente.

No hacerlo, o no emplear toda la fuerza de que disponen para lograrlo implica no cumplir con la ley y un gobierno que procede de esa manera atenta contra su propio pueblo, el que lo eligió para que se condujera con base en su Constitución; en consecuencia, debe ser relevado.

Se han hecho diversas encuestas para conocer opiniones acerca de la lucha que el gobierno del presidente Felipe Calderón libra contra los narcotraficantes y algunas le han resultado negativas. La más reciente mostró un rechazo a esa lucha en proporción de 2 a 1 contra los que la apoyan.

Aducen, los que lo critican, que ha generado una respuesta demasiado violenta y que para evitarla hubiera sido mejor no actuar contra ese tipo de delincuentes; proponen, en otras palabras, dejarlos hacer lo que quieran.

Si las autoridades hicieran caso a ese tipo de “consejos” tendrían que “doblar las manos” cada vez que un criminal empiece a matar a los que lo persiguen y de paso a la gente inocente cuyo único pecado fue estar cerca de la escena del crimen.

Eso nos arrastraría a vivir en un país sin justicia, en el que la norma sería la anarquía: Que cada quien haga lo que quiera, los que se puedan defender que lo hagan y los que no que sufran las consecuencias. La ley del más fuerte, que la historia nos ha demostrado va de la mano de la barbarie.

La civilización se ha construido partiendo de la derrota de esa barbarie precisamente, tomando como normas de conducta la justicia y la aplicación de la ley.

Si se permite que los narcotraficantes y el crimen organizado hagan lo que se les antoje, ¿qué se le dice a los que han perdido a un hijo, a un hermano, a sus padres, a manos de esos criminales?: ¿Déjenlos escapar para que no nos vaya a tocar a nosotros?

Eso es cobardía, pero el valiente dura hasta que el cobarde quiere, cuando reacciona, levanta la cabeza y lo pone en su lugar.

Se puede solicitar al gobernante que otorgue el perdón o el indulto al condenado, pero nadie tiene derecho a pedirle que no persiga el delito por miedo a la reacción del delincuente.

La única forma de proceder contra los que infringen la ley es haciendo que la respeten, cueste lo que cueste, caiga quien caiga y le pese a quien le pese.

Esa es la ruta que debemos trazar para construir el futuro de esta nación, que vamos a heredar a los pequeños que ahora no pueden opinar, ni inclinar la balanza, pero que nos van a agradecer cuando tengan una vida mejor si hacemos lo correcto.

De otra manera, qué triste futuro les esperaría.

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